Las regiones polares parecen actuar como sumideros de mercurio liberado en otras partes del planeta de forma natural y mediante actividades humanas como la industria o la quema de combustibles fósiles.
Los cambios en las cubiertas de hielo de algunas regiones como la Península Antártica, podrían aumentar estos fenómenos, poniendo en riesgo a ecosistemas acuáticos y terrestres y amenazando a la biota local.
Como especies longevas en la cima de la cadena trófica, las aves marinas son particularmente sensibles a este tóxico metal, el cual puede ser acumulado y biomagnificado en sus tejidos. Concretamente, sus plumas pueden ser útiles para la seguimiento y vigilancia de las concentraciones de Hg en la Antártida, pues acumulan principalmente su forma más tóxica y persistente, el metil-Hg.

Un equipo de investigadores perteneciente a la PTI PolarCSIC ha realizado un trabajo donde se ha analizado la cantidad de Hg acumulado en plumas de tres especies de pingüinos: papúa, Pygoscelis papua, el barbijo, Pygoscelis antarcticus, y el de Adelia, Pygoscelis adeliae, procedentes de distintas regiones de la Península Antártica.
Más del 93% de las muestras mostraron niveles detectables de Hg, observándose las concentraciones más altas en plumas de pingüinos barbijo de la isla Rey Jorge.
La bioconcentración y biomagnificación del Hg parece estar presente en la red alimentaria antártica, dando lugar a altos niveles pero no tóxicos de Hg en los pingüinos, lo que supone una amenaza para la conservación de regiones de este continente y requiere un continua análisis de su presencia.